martes, 8 de marzo de 2011

Las matemáticas no son lo mío

...se mira en el espejo y no reconoce la soledad, que reflejada a su lado está.




Habrían pasado los años y yo no me hubiere dado cuenta de no ser por aquel espejo que mi madre habría colgado enfrente de mi cama, para nada acorde con el feng sui y todos esos estúpidos rituales que nos hacía seguir día sí y noche también. Sino fuese por ello, podría seguir pensando que la edad no me afectase. No tendría consciencia de lo que en ese nuevo... horrible y apestoso lugar pasara.
Cogí el móvil y llamé al único número que en mi agenda grabado estaba, él, la única razón por la que me agarraría a la primera rama que en ese precipicio de sentimientos estrellados sobresaliera, por mínima que fuese la posibilidad de que todo volviese a ser como hacía unas trece semanas. Ojalá nadie hubiese creado todas esas infidelidades que en frascos de sufrimiento a lo largo del tiempo permanecían guardadas, sin posibilidad de que fuesen de todas las miles de mentes borradas. ¿Acaso era yo culpable de que un asesino matara? No. Pues lo mismo con esto. Tenía que tragarme yo todo el humo que el coche había dejado tras su marcha.
No me parecía nada justo.
Comunicaba. Volví a marcar, así tres veces. Mientras en la esquina de la calle principal parada esperaba, dios sabrá a qué, pero esperaba. 
Y, por fin, contestó:
- ¿Hola? - la duda su voz guardaba. 
- Tengo que contarte algo, - sabía que pensando algo horrible él estaba - no es lo que te piensas. 
Y tras contarle todo lo que a mí el sueño por las noches me quitaba, comprendió.


No quería creer, ni él y mucho menos yo, que esa pudiese ser una de las últimas veces que por la calle principal andando estuviera Mi, la persona que con las imperfecciones de esa calle encajaba. Como dos piezas de un rompecabezas. Las farolas apenas alumbraban y encendidas de día y de noche apagadas estaban. No podía creer que mi llave no volviese a abrir, la que había sido durante trece largos años mi casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario