martes, 8 de marzo de 2011

Verde, también.

- No me dejes dormir sola, me da miedo despertar y darme cuenta de que nunca estuviste a mi lado...


Un, dos, tres, cuatro, giro, un, dos, tres, cuatro, cambio. Bianca bailaba y se confundía entre el gentío de sonrisas que hacían de aquel un ambiente agradable no, lo más próximo a lo siguiente. El color rojo predominaba en las telas de seda que ellas llevaban meses esperando ponerse para parecer y solo parecer que brillaban con luz propia. El cabello dorado de Ariadne, que siempre andaba suelto, había tomado forma de moño ochentero. Los trajes blancos cubrían a los caballeros de la derecha, estaba a punto de comenzar el décimo vals de la noche. Bianca seguía sonriendo mientras bailaba con el chico nuevo de intercambio, francés, saltándose los tiempos que marcaba la música muerta que tocaba la orquesta en medio del salón. Se respiraba felicidad.
Mentiras y traiciones. 
A nadie se le habría ocurrido mirar hacía arriba. El techo, pintado siglos atrás sujetaba una lámpara de velas a punto de fundirse. Estaba a más de diez metros del suelo, era imposible encender las velas de la preciosa lámpara que nunca lucía. Pero esa noche, alguien se había tomado demasiadas molestias. 
Bianca fue la única que percibió su presencia. Alguien se había colado en el salón sin permiso. 
Y ese alguien era yo. No lo había hecho conscientemente, pero me habían conducido allí y ahí estaba, con mi vestido verde, a juego de las almas puras que bailaban despreocupadas. Un telón cayó sobre mis ojos, y todo pasó a ser del color de mi vestido, verde, también.

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