sábado, 2 de abril de 2011

Prometo continuar

Lo que escribiré a continuación no debería de ser escrito, pero no puedo resistir la tentación de hacerlo. Es más, me veo obligada a alertar del peligro que puede correr la salud mental de todo aquel que lea lo que yo diré que no se haga. ¿Pensáis que si escribo esto la gente sentirá curiosidad por lo desconocido y hará todo lo contrario a lo que yo les estoy indicando? Es probable, pero sabrán lo que deberían haber hecho y mi conciencia estará tranquila sabiendo que hizo lo que debía.
Veréis, esta es una historia totalmente real, ni siquiera basada en hechos reales, porque no me baso en nada, simplemente escribo la realidad tal cual fue, o quizá siga siéndolo, no quiero volver a probarlo...
Hace unos años, seis o siete, mi tía me regaló un libro. Algo muy normal hasta el momento, de vez en cuando sigue haciéndolo. En mi familia somos muy aficionados a la lectura, tenemos una especie de obsesión que es solo nuestra, nuestro pequeño secreto hereditario. Giré el libro para leer de qué trataba y me encontré con el típico resumen que intenta asustar a los niños, pero que a los que tenemos una mente algo más desarrollada nos produce risa. Hablaba de hombres lobo, brujas y espectros... ¡Demasiado típico! Me resultó extraño que mi tía me regalase aquello, sabiendo cómo era yo con los libros, que solo me gustaban esos que te hacían desear seguir leyendo, aunque fuesen las dos de la madrugada y tuvieses al día siguiente el examen más importante del curso. No le di mucha importancia a que fuese un libro malo, me lo había regalado con la mejor intención del mundo, por lo que puse buena cara y le di las gracias con una gran sonrisa. Al llegar a mi casa lo dejé en la balda donde están todos los libros que he leído.
Y pasaron los años y el libro seguía ahí, ni lo abrí. Mi vida seguía su camino, salía con mis amigos sin alejarme demasiado del centro de mi ciudad, aún ni me dejaban coger un autobús Circular. Terminé el colegio y comencé la ESO en uno de los institutos públicos de esos de los que se habla tan mal. Hasta la fecha no me ha pasado nada fuera de lo común. Han pillado a varios compañeros con algo de "hierba buena" pero nada más. Nadie ha asesinado a nadie, ni siquiera hubo novatadas en su debido momento, a pesar de que mi instituto era conocido por ellas.
Todo fue bien hasta que un día me dio por no ir a la primera hora por sobredosis de lectura a altas horas de la mañana. Llegaba tarde a la segunda hora y me metí en los pasillos de segundo de bachillerato. Y yo, con lo torpe que soy, me choqué con uno de los alumnos aplicados que con sudor y esfuerzo habían llegado a tal extremo del instituto. El chico, de mi misma altura, moreno con unos ojos verdes que hipnotizaban, me miró con la mayor cara de desprecio que uno se pueda imaginar, pero la belleza en su rostro seguía presente y era lo único que yo detectava. Le había tirado los libros al suelo y con ellos los apuntes que al parecer estaban metidos entre las páginas de estos. No sabía qué hacer y, sin pedirle perdón ni ayudarle a recoger, me fui corriendo a mi clase. Como era de suponer, llegaba tarde, tenía suerte, porque a esa hora me tocaba música, unas de las asignaturas optativas a las que el centro no da mucha importancia a la hora de evaluar y recopilar las faltas y retrasos. Me daba clase  la madre de mi mejor amiga,ni pensar que tenía ventaja por ello, todo lo contrario, sus ojos siempre apuntaban en mi dirección, por si no hacía lo correcto. Cuando me saltaba una nota se enfadaba más que con los demás, porque yo toco el piano y esas cosas no me las puedo permitir. Antes de llamar a la puerta pensé bien lo que decir, pero al momento supe que mis ojeras y mi moño improvisado me delatarían. La mala combinación de la ropa al cogerla sin siquiera mirarla pasaría por alto, ya que era algo común en mí. Toqué dos veces y lentamente la abrí. Maribel, que estaba sentada al piano, me miró con su típica cara de decepción que dejaba ver la comprensión en algún lugar de ella.
- Llegas tarde otra vez, Lucinda.- Era necesario que dijese mi nombre completo, sabía que odiaba que lo hiciesen y yo sabía que ella sentía lo mismo cuando alguien interrumpía sus melodías.
- Lo siento, intentaré que no se repita otra vez...- tenía que decirlo, aunque las dos supiésemos que la semana próxima volvería a llegar tarde, nos tocaba el lunes a primera hora y eso te destrozaba los sueños de la noche del domingo. Su clase era dura a más no poder, a pesar de no entrar en el programa obligatorio.
- ¿Se puede saber dónde te has metido hoy, señorita desaparezcocuandomedalagana? -Blanca me pasó como si de "hierba buena" se tratase la partitura que estaban leyendo. En ese momento un escalofrío salido de mi estómago recorrió mi columna y debió llegar a todas mis terminaciones nerviosas. Sentí el calor en mis mejillas y por la cara que puso mi compañera debían de haber adaptado el común color rosado. Desde que había salido corriendo no había vuelto a pensar en el chico de bachiller. ¡Qué vergüenza! Le había tirado todos los libros y apuntes y me había dado a la fuga sin siquiera pedirle perdón. Esperaba no encontrarle por los pasillos o el entierro de lo poco que me quedaba de reputación sería pronto. Pensé si contarle o no lo que me acababa de pasar, pero sin sentido alguno, decidí guardármelo para mí.
- Me he dormido. - dije intentando aparentar normalidad. Si hubiese sido una persona sociable habrían pensado que había pasado la hora anterior con alguno de los del equipo de fútbol compartiendo un puñado de la "hierba buena", a decir verdad eran todos poca cosa, pero lo máximo que teníamos en el instituto.
Desde ese momento todos mis pensamientos fueron dedicados al chico moreno de bachiller, a lo que podría haber pensado de mí, el chico que en el menor tiempo había guardado en él un odio hacia mi persona inimaginable. O al menos, eso imaginaba yo.