domingo, 15 de mayo de 2011

El verdadero Mal de África

A pesar de que todos me decían que no debía ir, yo compré mi billete, el billete que me llevaría al mayor infierno que un humano pueda imaginar, pero yo quería ver con mis propios ojos esa realidad censurada.
(...)
No entiendo qué tenía en la cabeza, cuan claras eran esas ideas, cuando decidí quedarme. Cada día iba empeorando más y más, estaba convirtiéndome en uno de ellos. Cada despertar era peor que el anterior, me sentía más débil, mi estómago no podía asimilar ni el agua contaminada que llevábamos bebiendo desde que perdí el vuelo de vuelta. Odiaba cuando venía a mi chabola la mujer de las rastas, eso significaba que eramos uno menos en lo que yo había acostumbrado a llamar familia.
En mi tierra hubiera recibido la ayuda de un médico, un psicólogo o quizá un psiquiátrico, pero allí no tenían de eso. Al igual que no podían abrir el armario de encima del horno y coger lo que en España era un objeto casi tan cotidiano como un televisor, un Ibuprofeno.

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